martes, 16 de octubre de 2012


Nueva critica :



«El Canto del cisne» desde el método del actor

Posted on septiembre 29, 2012 by Juan Martins
juan martins

 El Canto del cisne de Antón Chéjov es otras de las obras exhibidas por el grupo ABC Independiente de Santa Clara del Mar, Argentina en el marco del III Festival Internacional de Teatro Clásico Adaptado. Aquí quiero destacar un aspecto fundamental: el actor, dejaré otros aspectos de la dirección de esta propuesta para la ocasión que me permite la crítica interna (aquella que se desarrolla al lado del grupo, más íntima en relación con los procesos creados). Si así me lo permite su director y adaptador Jorge Ramírez Jar en un próximo encuentro en ese hermoso lugar «Casa Azul» de Santa Clara del Mar donde se presentó el espectáculo. Veamos entonces, el actor Osvaldo del Vecchio en el rol de «Vasil Vasilievich». La disposición de un método colocado en esa relación de actor-espectador. Estuvimos muy cerca del actor, lo «sentimos», o percibimos si acaso deseamos acentuar el hecho racional cuando estamos ante una obra. Yo me quedo con la emoción, con la cantidad de energía que pudo transmitirme este actor. Y lo hizo, lo condujo al límite de  conmovernos, de  entregarnos mucho más allá de las necesidades de la puesta en escena que queremos ver de la obra. El trabajo del crítico, en cambio, no es precisar una futura dirección, sino interpretarla en un grado de utilidad para el actor, para el director, y como ha de esperarse, para todos sus creadores. Pero volvamos a lo que quiero, el actor: Osvaldo del Vecchio, su método, su lugar de las emociones. Es decir, cómo adquiere en éste un estado de discurso y de orden estético cuando al tratar con las emociones le ha otorgado un estilo tal que nos ha encantado en el mejor sentido sentimental de la palabra: nos correspondemos con la alteridad, con lo ficcional que se ha creado en el instante (aquel instante poético de las escenas). Se hace instante puesto que el silencio se nos introduce desde el estado psicofísico que le impone este actor. No va a necesitar de muchas cosas: sólo de su voluntad para hacernos entender sus emociones, en la caracterización de(los) personaje(s) mediante el artificio y la utilización de la «máscara», aquella donde se utiliza el rostro, aquel fragmento del cuerpo que signa los silencios, su unidad significante. De modo que la emoción es una arquitectura de esos signos que se edifican en la construcción mental de la audiencia. Conque el actor está en relación constante con esa receptividad de la emoción. Utiliza cada instante con su voz, sus manos, su rostro para construir esa identidad con el público. De otra manera, ¿cómo nos vamos a emocionar junto al actor?  No hay otra manera que no sea con el sentido que produce su actuación. Un gesto, detrás de un movimiento y del desplazamiento para colocarnos en este lugar de alteridad y ficción que, por una parte, es literaria dado el carácter narrativo del texto dramático, y por otra, lo que este actor construye con su cuerpo, los impulsos necesarios, la «energía» es ese sistema de signos con el cual se artificia. En ese caso, la intimidad se justifica para esta postura de la actuación la cual deviene en placer, gusto por lo teatral. Si quiero aceptar al actor como eje de aquel discurso teatral: la dimensión de una relación que es humana, que es con otro ser con el que nos identificamos, que significa la caracterización de sus valores,  sus sentimientos y nivel espiritual. Y alcanzarlo con la actuación nos da ese carácter de identidad con el espectáculo. Osvaldo del Vecchio nos figura esos elementos del discurso actoral con gusto y placer. Me decido por decir que construye una poética del silencio, del instante con pocos elementos pero edificantes para el relato: nos sentimos conducidos por este relato, pero más que por el hecho literario (evidente por tratarse Chéjov), es por la corporeidad que le confiere el actor. Los pocos desplazamientos en un espacio breve con la intención de subrayar los aspectos emocionales de las caracterizaciones y hacernos partícipe en una «pequeña» sala que se redimensiona por ese hecho. Creo, en virtud de estos alcances, que los registros podrían ser de mayor rigor a modo de diferenciar, en el uso de este método actoral,  los personajes que interpreta (y esto tiene que ver con aspectos de la dirección la cual debería de someterse a un mayor rigor disciplinario).  En ese sentido la actuación Jorge Ramírez Jar respectivamente en el rol de «Nikita» se coloca en un lugar de servicio de su correlator (en una dinámica de asistente a la escena), pero podría llegar a un nivel más orgánico una vez que, al tiempo que es también el director de la obra, alcance los registros para las caracterizaciones, el carácter efusivo de la voz debe adquirir ritmo, cambios, sustancia en esa cualidad orgánica de la actuación. Con ello, el discurso del actor, el método actoral asumido, acompañará a la dirección y a la puesta en escena en el mismo nivel de logro y extensión estética. No dejemos solo a un actor como éste, Osvaldo del Vecchio, es decir, reconocer su porte, su método y su grandeza («verlo» en cuerpo y palabra) ha sido un verdadero placer de este Festival.  Es una responsabilidad artística que tenemos cuando se nos anuncia su «iluminación» al momento que el actor constituye un estado creativo del mismo. A ese carácter humano, la relación persona-persona con la que se constituye me refiero arriba. Se consigue si acaso es el cuerpo del actor el instrumento de aquella explosión de signos que se ha dado a lugar en las emociones como canal de interpretación. Y el espectador queda «sentido» por vía de aquellos signos. Esto lo sabemos del hecho teatral, aun, pareciera que está claro, sin embargo, al desprendernos de otros elementos que pudieran estar en el espacio escénico como es la escenografía, el vestuario o la iluminación el director tendrá la responsabilidad de sustituir la formalidad teatral por otra. Con la que me quedo: el hombre, la relación personal del teatro.

Santa Clara del Mar, Provincia de Buenos Aires.

Juan Martins, dramaturgo y crítico teatral




                             DOS ACTORES, DOS CABALLEROS

                                                                                                                 José Ygnacio Ochoa    


 
Destacamos, en el III Festival Internacional de Teatro Clásico Adaptado en Mar Chiquita-Argentina la presencia de dos actores cada uno con sus respectivos montajes teatrales, cada uno con una escuela diferente, lo intuimos, pero la esencia y motivación por darle vida y corporeidad a la psiquis del personajes a través o por medio de sus cuerpos, voces y miradas ratifica la máxima que expresa que en escena pueden   ausentarse  múltiples elementos, llámense dispositivos escenográficos, musicalización, iluminación, maquillaje entre otros pero lo que sí es inobjetable es la sola presencia del actor para darle sentido al o los personajes dibujados en escena.
Osvaldo del Vechio del Grupo ABC Independiente (Santa Clara del Mar, Argentina)  interpreta a Vasil Vasilievich en “El canto del cisne” de Anton Chejov, bajo la dirección de Jorge Ramírez Jar. Osvaldo del Vechio con su actuación nos entrega una clase magistral cargada de emociones que en el transcurrir de cada palabra  lo transmite al público. Un actor que tiene la capacidad de mantener la atención y tensión de la mirada del gran espectador. Cada movimiento, cada gesto, cada silencio pasa a ser una metáfora de una realidad o una historia en donde el que aprecia se atemporaliza de su otra realidad. Nuestro respeto a Osvaldo, un maestro.

Omar Musa del Grupo La Llave (La Plata, Argentina) interpreta a diferente personajes  de las obras de Shakespeare, Analía Aristegui  realiza la dirección y el proceso dramatúrgico. Musa marca con su talento y su don especial de la voz, con sus  cambios, registros y matices la resonancia necesaria para darle vida a los personajes. La mirada que se descubre no es la de Omar Musa, es la de los personajes Shakesperianos que se evidencian por la construcción  laboriosa y cuidada del actor. Unido al gesto tenue, suave como quien no quiere sorprender pero que cautiva y trepa la emotividad del público. Para Musa la cercanía del espectador es un aliciente más para desarrollar esa historia de las cuatro máscaras que  dispuestas en un recinto que en principio no tiene nada que ver con la teatralidad permiten detonar que ese otro  un espacio, el  escénico, en tanto es intervenido. El actor se desborda en su energía contenida para entregarle al público con todos sus sentidos su irracionalidad convertida en un personaje, entendida esta, la irracionalidad como la fuerza corporal y emocional, queremos decir con todo esto que el actor revitaliza las emociones que, según los rasgos físicos e historia del personaje se (des)dibujan en la conciencia del actor para luego mostrarlo con su plena esencia en la escena. El actor entrega-presta su voz, su cuerpo conjuntamente con su historia para llegarle al público, para que éste, con su mirada, sea testigo único de tales emociones y procurar que la vida adquiera otras dimensiones.
Osvaldo del Vechio y Omar Musa dos señores de la actuación, dos caballeros fuera de las tablas, dos monstruos en el mejor sentido de la expresión, dos seres de los cuales debo aprender.