lunes, 15 de septiembre de 2014
viernes, 14 de febrero de 2014
Critica de la obra Perra vida, dulces sueños de Miguel Morillo
Perra vida, dulces sueños por Los del Fondo
Manual de perdedores
Perra vida
es la obra de la crisis española. Quizás el cine, mucho más popular, se demora
poco en representar lo que pasa, mientras el teatro prefiere decantarlo,
examinarlo. El drama-turgo hispánico Miguel Morillo le hizo justicia al
plano inclinado de la clase media, la lucha por la supervivencia personal
cuando se derrumban alrededor las certidumbres. Sólo dos actores en escena, dos
sillas y bastante vestuario, rápidos mutis y entradas, le dan verosimilitud a
un relato que, sin embargo, no resigna la comedia.
Él, Jorge Ramírez Jar —también director—,
un neurótico que duerme poco de noche pero llega tarde al horripilante trabajo
porque se duerme en el tren es un perdedor en toda la regla. Perdió esposa,
casa, trabajo, autos, viejos y nuevos empleos, y, desde luego, sufre a un
super-visor que definitivamente lo detesta. Ella (Clide Becerra) labora de secretaria en la misma em-presa: no muy
agraciada y más bien ingenua, revisa la contabilidad y descubre un rojo
ino-cultable. Coinciden en el rutinario viaje en tren, pero apenas se toleran,
pero, claro, la vida los irá acercando. Él adora a Roberto Carlos, el karaoke
que lo invita al playback de las baladas del brasileño; de ella sabremos casi
al final que también le gusta el autor de Amada
amante y, su identificación femenina se orienta a Barbra Streisand. El
texto empieza casi sin humor, destila el patetismo de sus situaciones, la queja
confesional de ambos por separado, y a medida que cobra vigor y complejidad,
entrelaza episodios menos personales, o mejor dicho, lo personal de estas
existencias absurdas de puro cotidianas deja entrever el contrafuerte de una
realidad tremenda.
Morillo
sabe combinar risa y reflexión. Ella descubre la verdad en el baño de damas,
escu-chando a otras que se le burlan, y él, que fue burlado al aparecer vestido
de Batman en medio de una fiesta de disfraz que no lo era. Detrás de una
historia que termina bien, se vislumbra el país de los estafadores, la
flexibilización laboral, la soledad de los caídos del mapa social, los
resentidos que antes se creían felices.
Los del Fondo llegan al primer plano
con sólo actuar en un pequeño balneario, de esos que brillan en verano y se
dejan enfriar el resto del año; a pura pasión y vocación, también triunfan en
otra pelea, la de sacudir la proverbial indiferencia de estos lares a cualquier
inquietud ar-tística. Una ciudad que se dejó quitar Casa Azul sin despeinarse, y no obstante sigue incubando a los
locos de siempre, que en vez de lamentarse retomaron la (también) absurda
voluntad del teatro a pesar de los vientos y la marea. No importa si se monta
en el patio de una galería, un ca-fé a hora nocturna, la calle. Ramírez Jar escapa del manual de
perdedores e insiste en su pueblo, que algún día le agradecerá el arraigo. Su
actriz, estupenda, demuestra lo que puede la preparación técnica y la solvencia
propia. Mucho para concluir como lo hicimos, temporadas atrás, al hablar de la
versión local de Electra del propio Ramírez Jar. Santa Clara debería
sentirse orgullosa con hacedores como èl
Gabriel Cabrejas
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